Motor

Quizá te decepcione. Es verdad que los veleros como mejor navegan es a vela (parece una perogrullada, pero a veces lo olvidamos) y, para mí, no hay comparación posible entre sentir el viento acariciar las blancas alas de mi barco, trotando alegre entre joyas efímeras de espuma, con el baile brusco y desaliñado cuando avanza impulsado por su hélice y zarandeado por las olas.

Es sucio, gruñón, gritón, pero nunca falla. Tiene muchos años, muchas batallas. Se había ganado un merecido descanso a la intemperie en un desguace, hasta que lo compramos por poco dinero. No lo dejamos que se oxidara. Tras sustituir en el taller de nuestros amigos José Luis y Angel (Talleres Felober) todas las piezas en las que observamos desgaste, lo remitimos a una empresa de Oiarzum (Transmar) donde lo marinizaron e hicieron las pruebas de potencia y el correspondiente certificado.

Lleva doce años atornillando sin descanso un trébol de bronce; no gasta mucho, solo exige lo imprescindible. Únicamente una carga de gas-oil sucio lo inutilizó una vez, aunque fue más por mi impericia. Esa es una historia que te pienso contar.

Nos ha sacado de muchos apuros, acercado paciente a amigables bocanas, calas tranquilas, fondeaderos protegidos. Gracias a él hemos desembarrancado, evitado rompientes, levado anclas en fondeos que un chubasco convirtió en peligrosos. Tonterías, probablemente, para un navegante experimentado. Sin embargo, el aprendiz de marino que osa distraer tu atención con estas líneas, siente una extraña deuda de gratitud con ese viejo cascarrabias.

Por cierto, es un 4.108, un clásico, el motor de los libros.